martes, 21 de enero de 2014

CRÓNICAS COREANAS - 대한민국 (4º día)

DÍA 4.-  28 de septiembre, sábado.
De visita al Tripitaka Millennium Hall, de raíces misteriosas, del Sori-Gil 
y de una Ópera pasada por agua.

    Alojarse cerca del lugar a visitar, tiene la ventaja de que no hace falta madrugar, por lo que quedé con mis acompañantes a las 9, hoy sí llegamos todos a la vez, por lo que pude ver lo que desayunan los coreanos, que a mi se me antoja una barbaridad. Yo, la verdad, es que no encuentro diferencia entre la mesa del desayuno, el almuerzo, o la cena aunque, sin duda, debe de haberla, menudo despliegue de platos. En mi caso, y como el camarero ya me conocía del día anterior, me sirvió lo habitual. 
Terminado el desayuno y tras subir a la habitación para recoger unos obsequios que quería entregar a las chicas del taller de litografía, a las que, como recordaran, había conocido el día anterior, nos acercamos al Parque Temático de la Tripitaka Coreana, con la intención de visitar los pabellones que ayer no pude ver.


Con el grupo folclórico de Indonesia.

      Nada más llegar observamos a diversos grupos folclóricos, sin duda, el más espectacular era el de Indonesia, pero había otros de China y de India, e incluso uno de México, que llenaron de colorido la mañana coreana, con sus danzas y bailes populares, como anécdota, contar que la responsable del grupo indonesio me pidió hacerme una foto con el mismo, a lo que accedí gustosamente.
Tras una rápida visita a las chicas del taller de litografía, para hacerles entrega de diversos impresos tipográficos que había realizado especialmente para mi visita, y saludar a la responsable del proyecto, que me explicó algo más del trabajo que como diseñadoras, grabadoras y artistas plásticas realizaban en la ciudad de Busan, salimos del edificio para seguir a los primeros visitantes que ese día comenzaban su visita al Parque, en esta ocasión lo hicimos por la izquierda, que era como estaba señalizada la misma.

Como ya dije, las carpas que hoy visitaría tenían un contenido principalmente religioso, que pese a mi total desconocimiento de la religión budista, no resultó obstáculo alguno para poder disfrutar de los distintos espacios expositivos, como era el caso del World Cultural Heritage Hall, que tenía dentro un gigantesco Buda articulado sobre el que se proyectada textos e imágenes con una zona de oración, frente a él. En otra sala, pude ver unos peces suspendidos del techo sobre los que los visitantes anudaban pequeños trozos de papel con buenas intenciones escritas, con la esperanza de que se vean cunplidas.



El segundo espacio visitado era una recreación de los restos arqueológicos de la casa donde nació Buda en la India, el llamado Mini Lumbini, dentro de la estancia habia un monje indio meditando y en la parte exterior otro descansando, parece que para relevarse en las oraciones, sin duda aquello era un lugar sagrado para los budistas.
 A la salida, en una pequeña plaza, había una zona de descanso, a la que fuimos a tomar un refresco, aprovechando de paso para observar a las personas que en ese momento estaban por allí y los distintos espacios dispuestos para que los visitantes se hicieran fotografías de recuerdo, cosa que yo también hice.



El siguiente edificio al que entramos, el llamado Tripitaka Millennium Hall, era una moderna construcción a la que se accedía por una gran sala circular donde, con proyecciones láser y de manera virtual, aparecían en las paredes grabados antiguos, caracteres del Tripitaka o imágenes animadas, además uno podía ver y tocar unas réplicas de las más de 80.000 planchas del Tripitaka dispuestas en las paredes de una rampa por la que se ascendía a la tercera planta,que era por donde comenzaba la visita. En la primera de las salas uno podía ver, mediante dioramas, todo el proceso de elaboración de las planchas del Tripitaka, desde el talado de los árboles, pasando por la preparación de las tablas, el trabajo caligráfico, el tallado, la fabricación del papel, la impresión o el encolado y enrollado de las hojas impresas
      Aquello era muy interesante, pero a ojos de los más pequeños aquel espacio era genial para dejar volar su mente. Mientras yo observaba las distintas representaciones y mi guía me traducía alguno de los carteles, pude ver como una niña le retiraba la hoja de papel al escriba para ver que ponía, mientras su madre, agobiada, le decía que la dejara, y en su afán por volverla a su sitio terminar poniéndola al revés, o a tres hermanos peleándose por ver quién cogía las maravillosas herramientas del tallista dispuestas en una mesa, aquello, sin duda, eran instrumentos musicales, dada la pasión con la que aporreaba la mesa la más pequeña, pero claro, para los niños aquello era un juego.

Ellos se lo pasaban bien en este pabellón, pero lo cierto es que muchas de las salas estaban especialmente dedicadas a lo niños, con pantallas táctiles, juegos, distintas actividades, además tenían que ir completando una especie de "Gymkhana" e ir sellando unas cartulinas que luego eran canjeadas por regalos, por lo que pueden imaginar que a ello era un ir y venir de niños por todas partes. Pero volviendo a nuestra visita, aquellos dioramas explicaban perfectamente lo laborioso del trabajo que los artesanos tuvieron que desarrollar para conseguir la Tripitaka.

       En la siguiente sala pude ver dos de las planchas originales de la Tripitaka, traídas desde el templo de Haein, y que el día de ayer pude ver en su depósito, pero en esta ocasión podía verlas a escasos centímetros, era emocionante poder observar los más mínimos detalles y comprobar el grado de perfección de esta obra.

     Continuamos visitando las distintas salas entre las que pude ver una destinada al proceso constructivo de los pabellones de Haeinsa, o a la historia del traslado de las mismas al templo, así como un montón de fotografías de lo monjes más relevantes del mismo.
Hoy había mucho más público, supongo que por ser fin de semana.


 Saliendo de aquel edificio, a su izquierda, habían construido el “Tripitaka Cinematic Hall”, una sala de cine en 3D, en la que proyectaba una película de animación en la que un niño coreano cuenta la historia de la Tripitaka, la del país y la de Haeinsa. Las imágenes en 3D realmente eran espectaculares y ver a los niños intentando coger los pájaros que volaban a su alrededor o esquivar las flechas era muy simpático.


Al salir del Cine, y como punto final a mi estancia en el Parque del Tripitaka, nos pasamos por algunas de las carpas instaladas en la plaza del milenio, que el día anterior no visitamos, para ver las dedicadas al tallado de madera ya a la fabricación de papel, junto a esta última había una en la que podías dejar tu nombre escrito en uno de los farolillos que durante todo el festival se iluminaría por la noche, era un modo de colaborar económicamente con el proyecto del Parque Temático. Finalizada la visita, abandonamos tranquilamente el recinto, echando un ultimo vistazo a los alrededores, donde había instaladas otras carpas destinadas a los productos típicos de la zona, así como zonas dispuestas para que los visitantes pudieran comer y descansar.

 A la salida nos estaba esperando el conductor, hoy me llevarían a comer a un restaurante de la zona, conocido por su especialidad en pato, el nombre del local, "Nido de Pájaro", no daba muchas pistas sobre su magnífica gastronomía, pero además resultó ser un lugar impresionante, pues también se dedicaba a la venta de todo tipo de encurtidos, desde hongos a raíces, pasando por una gran variedad de plantas y frutos, la mayoría desconocidos para mi. 



De manera que, nada más entrar, lo primero que uno veía eran una sucesión de enormes recipientes de vidrio conteniendo todo tipo de productos conservados en líquidos de diversos colores, los había de color rojo, otros parduscos, transparente como el agua o verde intenso e incluso uno negro de aspecto repugnante, salvó las setas y el ginseng, el resto no supe reconocer que eran. Con mucha curiosidad me detuve a ver aquellos enormes frascos conteniendo una raíces retorcidas sobre sí mismas, enormes setas colocadas meticulosamente unas sobre otras, incluso unos frutos parecidos a la aceitunas, pero que por supuesto no eran. 
Sin duda todos aquellos recipientes, perfectamente ordenados y colocados en exposición, le daban al restaurante un aspecto de tienda de los horrores muy sugestivo. Debo de aclarar, a mi favor, que incluso para mi guía algunos de aquellos productos eran totalmente desconocidos. El dueño del restaurante me dijo que todo estaba a la venta, pero en envases mucho más pequeños, y que algunos de ellos los utilizarían en la preparación de los platos que íbamos a comer después. Especialmente uno, un tipo de raíz maceradas en chile rojo, que cuando no lo pusieron en la mesa y al ir a probarlo, menudo susto, aquel diminuto trocito de raíz al tocar la punta de mi lengua, literalmente me cortó la respiración, sin duda era lo más picante que había probado en mi vida, pensé que me moría. Yo creo que aquello era picante hasta para mis acompañantes, pues nada más comerlo comenzaron a sudar y no precisamente porque hiciera calor en el comedor.
Olvidado el inicial susto, el resto del almuerzo fue antológico. Cuando llegamos, pude ver a dueño dar los últimos toques en el fuego a los trozos de pato en una barbacoa coreana, que siendo ligeramente diferente a la nuestra, intentaré describir. Construida con ladrillos y yeso tiene un hueco en la parte superior donde se deposita el carbón y sobre el que se pone la rejilla con la carne, el tiro lo tiene por debajo y carece de chimenea, por su parte, una vez retirada la carne se cierra el tiro y se cubre con una tapadera, con el consiguiente ahorro en combustible.

 Como decía, su especialidad era el pato a la barbacoa, que luego terminaron de cocinarlo, ante nuestros ojos, en una cocina de gas colocada sobre la mesa. Como algunos de los ingredientes amenazaban con manchas nuestra ropa, nos suministraron unos baberos enormes con los que protegernos de las salpicaduras.
El pato estaba cocinado con castañas y otras hortalizas que le conferían al plato un aroma y sabor inenarrables. Puedo decir que fue lo mejor que probé en todo el viaje, realmente disfrute con esta comida, salvó el pequeño sobresalto del picante, pude descubrir un plato intenso y una carne jugosa que envuelta en hojas de lechuga, trasladaba a la boca un sabor aterciopelado, gracias al contraste entre lo caliente de la carne y la frescura del vegetal.
Para mi desgracia, en los restaurantes coreanos que visitaba no había postres, y mucho menos dulces, y yo, que soy bastante goloso, aquello lo llevaba francamente mal, por lo que mi acompañante me propuso comprar en una pastelería algún tipo de dulce y tomarlo como postré en el lugar que íbamos a visitar aquella tarde. No supe decirle que no, y nos acercamos al Gaya-Myeon, el pueblecito junto al que se levanta el Parque del Tripitaka, a comprar una especie de tarta, solo me tome una generosa porción. Estábamos sentados en una zona de descanso junto a unos de los puentes que cruza el arroyo Gayacheon, en la que había varias mesas de madera y sobre las que habían suspendido una gran cabeza de Buda realizada por los alumnos del taller de Paju. Un lugar frecuentado por excursionistas, pues desde aquí comenzaban varias rutas senderistas y desde la que partía el paseo previsto para estar tarde, un breve recorrido de apenas cuatro kilómetros por el llamado "Sori-gil", una ruta de senderismo que bordea el arroyo que baja del monte Gaya hasta desembocar en el valle donde se encuentra el Parque del Tripitaka.
Una muestra de la amabilidad del pueblo coreano la tuve cuando una señora, ataviada con un traje elegante , no tuvo ningún inconveniente en fotografiarse a mi lado cuando, no sin cierto apuro, se lo propuso mi acompañante con la ingeniosa fórmula de decirle que era "español", sin duda algo muy exótico para ellos.
Puesto que la ruta completa del Sori-gil era bastante larga, nosotros solo cubriríamos un pequeño trayecto, no llevábamos ni la indumentaria, ni el calzado adecuado, como en el juego de oca, lo nuestro sería “de puente a puente”. De modo que tras cruzar el puente, que daba acceso a un amplio espacio junto al río donde se levantaban, imponentes, una pagoda de cinco pisos y dos enormes estatuas de Buda de al menos diez metros de altura cada una, rodeando a al primero una construcción de piedra de varios niveles con decenas de bajorrelieves de Buda y al segundo, también formando un semicírculo a su alrededor, unas urnas con esculturas de Buda en su interior, todo ellos en una especie de gran oratorio al aire libre.
A la izquierda del primer Buda, se podían ver unas empinadas escaleras de madera que conducían a la pequeña ermita de Gilsangam un lugar recóndito y apartado, dependiente del templo de Haeinsa, al que los monjes se retiran para sus meditaciones. Cuando digo empinadas me estoy refiriendo a unas escaleras que salvan un desnivel de más de cien metros, en una zigzagueante ascensión que te deja sin resuello. Llegados a la primera construcción, a su izquierda arrancaba una estrecha vereda, construida sobre grandes losas de granito, que nos llevaba a una ermita, esculpida en la roca, donde pude ver varias estatuas de Buda niño, junto a su madre, elefantes y varias figuras de animales más, y que era desde comenzaba  la ruta senderista que, entre grandes rocas y una vegetación exuberante, en continuo descenso, no condujo por unos parajes naturales realmente espectaculares.

Vista del final del trayecto del Sori-Gil

       La espesura del bosque solo era interrumpida por pequeños miradores que nos dejaban ver algunos picos del monte Gaya, puentes de madera que nos permitían cruzar las torrenteras que bajaban ladera abajo y junto las que pude ver decenas de pequeños montones de piedras, a modo de pagodas, que según mi guía eran construidas por los caminantes con la intención religiosa de trascendencia espiritual. Continuamente nos cruzábamos con senderistas que fatigosamente ascendían el camino que nosotros previamente habíamos recorrido, suerte que lo nuestro era bajar, pues para cuando llegamos al fin al trayecto yo estaba bañado en sudor y algo cansado. El sendero aquí se abría en una pequeña explanada, donde había un templete, una construcción de madera sobre grandes basas de piedra, sin duda un pequeño oratorio donde las personas podían descansar y meditar en un entorno increíble. Atravesamos un largo puente de madera, construido sobre una de las zonas más agrestes del río, y al otro lado ya nos esperaba el coche para regresar al hotel, debo confesar que cuando me senté en su interior experimente un sensación muy relajante, menuda caminata.
Esta experiencia, por inesperada, hizo que me percatara de que la naturaleza es para los coreanos muy importante, y la relación con ella trasciende lo puramente deportivo, las decena de pequeñas cintas colgadas en los árboles, que jalonan el recorrido, o las pagodas hechas con piedras junto al río, me dejo claro, que el medio natural es para ellos una vía de contacto con la espiritualidad.
Tras una rápida ducha y ya repuesto del paseo, nos dirigimos a uno de los restaurante situados junto al hotel a cenar, como en otras ocasiones eligió mi guía, con la particularidad de que en este, entre los platos de acompañamiento, tenía unos pimientos fritos con un gusto muy salado y apetitoso, y que pude ver esparcidos una gran cantidad en una mesa adyacente a la nuestra, durante el proceso de salado, una vez secos, porque la mayoría de los platos que servían en este restaurante eran preparados por ellos mismos. El plato principal fue Bibimbap, que en este restaurante servían en cuencos de metal, parece que otra de las peculiaridades de la mesa coreana, puesto que en otras culturas orientales la comida solo se sirve en recipientes de cerámica o madera, concluimos la cena pronto, pues a las 8 teníamos que estar en templo de Haein, en este caso para asistir a una representación musical.

Aún no lo sabía, pero aquella noche iba a ser de las más excepcionales de todo el viaje pues, por primera y única vez, se iba a representar la Ópera "Tripitaka" en Haeinsa, una obra que había obtenido el favor del público coreano durante el tiempo que estuvo en cartel en Seúl, y que la organización del festival del Tripitaka de este año habían conseguido traerla al templo donde se conservan las planchas que la inspiraron. Para asistir a aquella actuación, era necesario contar con una invitación que, como imaginaran, yo tenía. Lamentablemente la noche parecía oponerse a que la representación brillara, pues un tremendo aguacero comenzó a caer cuando nos montamos en el coche para subir al templo. La lluvia, el cielo cubierto, la ausencia de luna, y la espesura del bosque aportaba una negrura a esta noche que hizo que el recorrido, desde el aparcamiento hasta el patio donde tendría lugar la representación, estuviera rodeado de algo mágico. Subir completamente solos desde la puerta principal hasta la entrada del recinto con los paraguas, la lluvia, e iluminados por una triste bombilla, con lo que difícilmente podíamos ver donde poníamos los pies y penetrar de esta manera en un templo budista, tiene su no se qué, aquello me hacia pensar en unos tiempos no vividos en los que el alumbrado público no había llegado aún a nuestras ciudades y en las que caminar por las calles debía de resultar tan tenebroso como para nosotros esta noche.


Llegábamos con retraso, por lo que todo el trayecto lo hicimos en medio de un silencio agobiante, penetramos en el primer patio, subimos las escaleras y al traspasar la puerta, desembocamos en el patio principal abarrotado de personas y que para la ocasión se había convertido en un auditorio al aire libre, con un gran escenario donde ya estaban situados la orquesta y el coro, refugiados de la lluvia que no había cesado de caer, bajo unas improvisadas carpas.
Pese a estar lleno de público, yo pensaba que la representación se suspendería por la lluvia, lo que no podía sospechar es lo obstinados que pueden llegar a ser los coreanos. En lugar de suspender el acto la organización, ante la previsión de lluvia, había comprado unos impermeables que nos fueron dando a cada uno de los asistentes para que pudiéramos seguir la representación sin los aparatosos y molestos paraguas, que todos cerramos nada más empezar el acto. Lo cierto es que habían preparado unas pocas carpas para el público pero solo en los asientos más alejados del escenario, por lo que el resto de asistentes nos sentamos y soportando una lluvia, ahora más suave, y nos dispusimos a ver y escuchar esta ópera. Yo creo que la lluvia ayudó a crear un ambiente muy especial.
Pensaran que sin saber nada de coreano me iba a resultar difícil seguirla, pero debo confesar que el trabajo de mi intérprete fue impresionante, lógicamente no era cuestión de hacerme una traducción simultánea de lo que tenores, sopranos y barítonos cantaban, pero con palabras precisas y concisas pude comprender a cada uno de los personajes y su papel en la historia que narraban, como además conocía la historia de como se confeccionaron las planchas del Tripitaka, aquello resulto más fácil de lo supuesto y sobre todo porque la música es un vehículo impresionante de sentimientos y pasiones fácilmente reconocibles pese a que las mismas se interpreten en otro idioma, ¡que maravilla!.
La historia que contaba era la del supuesto amor entre un monje, el jefe de los talladores, y una princesa local, un amor que tuvo que aplazarse unos quince años hasta que la Tripitaka estuvo concluida. En la misma aparecía el rey de la dinastía Goryeo que puso todo su empeño para que se hiciera y el Abad del monasterio que no estaba por la labor del amor de monje, porque no quería perder a una persona fundamental para que aquellas planchas de madera se pudieran concluir, todo esto adornado con un cuerpo de bailes espectacular. Todos, los cantantes, bailarines, terminaron empapados como sopas. Sin ser un experto puedo asegurar que fue todo un éxito o eso, o que todos los asistentes nos dejamos llevar por la emoción del entorno, saber que las planchas del Tripitaka que inspiraron esta ópera se encontraban a escasos metros de nosotros la verdad es que ponía los pelos de punta.
En este caso me cuesta trabajó reflejar lo que pude sentir aquella noche, sólo sé que forme parte de un acontecimiento irrepetible. Conforme fue avanzando la representación la lluvia fue convirtiéndose en una suave llovizna, con la que abandonamos el templo una vez concluido el espectáculo. 

Eran las 11 de la noche cuando regresamos al hotel, menudo día. Aunque para mí no había terminado aún, aquello tenía que contarlo.




Continuará

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